Textos

Los rostros de Cuba de Héctor Garrido

Por Julio Larramendi, fotógrafo, Cuba

Desde los orígenes de la fotografía, el retrato ocupó un lugar destacado en el interés del público y de los virtuosos de la cámara. Heredero de los estilos y tradiciones de la pintura, más que una forma de mostrar la posición social del sujeto, pronto se convirtió en un medio de expresión artística. Rápidamente se inauguraron estudios en Estados Unidos, Europa y el resto del mundo. Es interesante destacar que Cuba fue el segundo país en poseer uno de estos estudios comerciales.

Ahora, 170 años después de aquel primer daguerrotipo de algún habanero ilustre, Héctor Garrido nos trae un centenar de rostros de personalidades cubanas del Arte, la Cultura, el Deporte y la Ciencia.

Reconocido mundialmente por sus trabajos sobre la Naturaleza de todos los Continentes y sus fotos aéreas, su verdadera pasión secreta, y ahora divulgada, son los retratos. Algo de ello ya habíamos disfrutado con sus imágenes de las Cruces de Mayo en España, de etnias africanas y, más recientemente, de los mapuches argentinos en pie de guerra.

En esta “Cuba iluminada”, cada una de sus fotografías es una bien pensada puesta en escena, resultado de un estudio preliminar, en la que no falta la gota de improvisación imprescindible que condimenta la idea con que abordó a sus personajes. Bajo la influencia (sabiéndolo o no) de Félix Nadar, quien entre 1855 y 1870, fue el pionero del retrato psicológico; de Edward Steichen, reconocido como el mejor retratista del siglo XX, de Brassai, un húngaro que en el París de los años 30 mostró su estilo natural y particular; de Claude Azoulay, el fotógrafo de las estrellas y los políticos de los años 60’ a los 80’; de Richard Avedon, siempre en busca de la verdad interior del sujeto y de sus contradicciones; de Helmut Newton, con sus imágenes llenas de imaginación y una pizca de humor; y de Alberto Díaz, Korda, el autor de la fotografía más difundida en el mundo, y quien supo infundir el glamour de su formación publicitaria a los retratos de los líderes de la Revolución cubana; Garrido imprime su muy personal estilo, poco ortodoxo y que hará temblar de ira a no pocos críticos y colegas, rompiendo esquemas y dogmas probadas y santificadas por casi todos los fotógrafos.

Para él no hay regla fija ni sistema; aborda cada situación con frescura y encuentra la esencia del sujeto lo mismo en un acercamiento extremo a la piel, que en el vínculo con los objetos y el escenario en que se encuentra. En algunas de sus obras, como el músico con las pausas, o el escritor con los signos de puntuación, utiliza espacios de silencio, escandalosamente hermosos y útiles. Como resultado, no hay dos fotos parecidas y, sin dudas, ninguna nos deja indiferentes. No importa si conoces o no al sujeto, la lectura te revela su personalidad y disfrutas de la plasticidad de la imagen.

Con esta colección, Héctor Garrido nos regala un momento de la vida, rica y cambiante, de Cuba, que sin dudas, hoy y mañana, todos agradeceremos.

Muchos han sido los fotógrafos que han pasado por la Isla intentando atrapar lo que aquí llamamos “la cubanía”, esa mezcla de razas y cultura, de vivencias y experiencias que en el cursar de los años propiciaron una forma muy peculiar de actuación que nos caracteriza: la hospitalidad y la generosidad, la sensualidad y la picardía, el amor por la música y el baile, el choteo y la alegría de vivir, la capacidad de resistencia y de adaptación, la explosividad y la rebeldía.

En los años 30 del siglo pasado un joven llamado Walker Evans fue enviado a Cuba en su primera asignación como reportero gráfico. Evans vino a La Habana sabiendo muy poco sobre Cuba y los cubanos, y solo fuimos objeto de escrutinio, por tres semanas, y en condiciones muy particulares: el fin de la era del tirano Gerardo Machado. El resto del tiempo en que no estaba en la calle buscando una buena imagen, la pasó con Hemingway disfrutando de nuestro excelente ron y los cuentos del ya celebre escritor. Aún esa distracción, compartida con un cubano, le hubiera permitido conocernos mejor. Por otro lado se dice (y se muestran como prueba sus imágenes) que trataba de ser imparcial, como si eso fuera realmente posible y el fotógrafo “sólo” intentara capturar la realidad aséptica. Quizás se puede ser imparcial desde la ignorancia de las causas de lo que sucede ante nuestros ojos.

Y aquí entra Héctor Garrido. Con sus numerosos viajes ha llegado de Pinar del Río a Baracoa, compartiendo, día a día, con nosotros, mirando, preguntando, viviendo (disfrutando y sufriendo) en nuestras condiciones, en nuestras realidades, lejos de bares y putas, concentrado en entender y, lo mejor, en aprehender, lo poco o mucho que pudiéramos darle, como individuos y como sociedad.

Sus miradas no son para nada imparciales o documentales; están llenas de amor por los cubanos y, sin dejar de reflejar los grises que se pueden encontrar en cualquier lugar, nos da la dignidad que realmente nos enorgullece y que otros, con toda intención mercenaria o por ignorancia visceral, nos han negado en libros tristes y, en ocasiones, miserables.

Las de Evans fueron el inicio de un genio en ciernes; lograron captar un momento histórico. Las de Garrido tienen la madurez profesional y espiritual que da una vida consagrada e intensa; él ha sabido capturar el alma de nuestra gente, el espíritu de los cubanos. Del Maestro, aprecio muchísimo aquellas y las que después hizo. Sobre Cuba, prefiero, con mucho, las de mi amigo de España.


Julio Larramendi
Fotógrafo y editor
La Habana, Cuba
27 de abril de 2012